Había salido de su trabajo y se encaminó hacia la cabecera del subterráneo para tomarlo vacío, porque en dos estaciones más una invasión de gente lo ocuparía totalmente y así ocurrió. Un tropel de personas trató de buscar los mejores lugares.
Una mujer, con un portafolio, estaba colgada frente a él. No dudó, le cedió su asiento al notarla cansada. –No señor, gracias, le contestó. Él insistió y se paró, impidiendo a su vez que otras personas lo ocuparan. Ella le agradeció el gesto.
Al pasar las estaciones, el subte se iba desocupando. Ella, que ya estaba sentado a su lado, volvió a agradecerle: -no se cual es su nombre y al mismo tiempo le alcanzó una tarjeta. –Soy abogada, tengo un estudio de profesionales y cuando necesite algún consejo, no dude en llamarme.
Pasaron varios días hasta que él se animó a llamarla. Una recepcionista atendió mencionando el nombre del estudio y le preguntó con quien quería hablar. –En este momento la doctora está reunida, pero ella le devolverá el llamado en cuanto se desocupe.
Recién al otro día, la voz del estudio lo llamó y lo comunicó con la doctora Ana.
–Yo soy el señor del subte, dijo él tímidamente.
–ahh el caballero que gentilmente cedió su asiento, en que lo puedo ayudar?.
Él contesto: -Necesito verla para plantearle un problema.
-Un segundo, consulto la agenda…y así quedaron. El día señalado, Martín se anunció no sin antes leer el cartel donde decía “Ana Larreta y Asociados” y a continuación una larga lista de profesionales.
A la hora señalada la recepcionista lo condujo hacia una gran sala de reunión. Ella apareció y él se quedó impresionado con su apariencia.
Se sentó, le ofreció algo de beber y le pregunto: -En que lo puedo ayudar?
-Mi consulta es… que estoy solo. Hace varios meses, partió la compañera de toda mi vida y estoy enfermo de soledad, necesito alguien que me escuche e intercambiar pensamientos.
Ella al escuchar esto se sorprendió, meditó un instante y le contestó:
-Usted sabe Martín, ahora que lo pienso, yo también estoy pasando por lo mismo, pero por el trafago de mis tareas nunca me detuve a pensar sobre esto.
Siguieron conversando un buen rato y Ana quedó en llamarlo.
El dudaba si había estado bien pero a los quince días recibió el llamado de Ana y acordaron verse en una confitería.
Él se puso su mejor traje y llegó media hora antes de la cita optando por una mesa cerca de la ventana.
A la hora exacta, un imponente auto se estacionó frente al lugar. El chofer abrió la puerta y apareció Ana muy elegantemente vestida.
Al entrar se saludaron y fue a tomar asiento.
El té que ella tomó y el café doble de él duraron más de tres horas.
Todos los sábados se veían a la misma hora. El trato era cada vez más fluido.
Sus rostros estaba ya totalmente distendidos y ella le confesó: -Martín, usted ha producido un cambio fundamental en mi vida. Ya tengo otra perspectiva de la vida.
Él tomó su mano y mirándola a los ojos le dijo:- Ana, consultémonos siempre para toda la vida.
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