David lucía triste.
– ¿Qué te pasa viejo?
– Les cuento: Todos los sábados salimos a andar en bicicleta con el papá de mi secretaria. Un hombre muy agradable. Sumamente risueño…
Al volver desde San Isidro, se separó del grupo y me dijo:
– Mañana es el cumpleaños de mi esposa, le quería regalar una pulsera que vi en una joyería. Aseguré mi bicicleta y compré la pulsera. Al volver, la bicicleta no estaba.
Y eso me tiene mal…
Roberto inmediatamente comentó:
–No te preocupes, ya la vamos a encontrar…
Al sábado siguiente, se encontraron en el mismo lugar donde había desaparecido el rodado. De su camioneta bajó una bicicleta parecida a la de su acompañante, la dejaron en las mismas condiciones que la robada. – Esta, tiene un sensor que nos va a conducir a los que la sustrajeron. Tenemos que esperar. Pasaron varias horas en el interior del vehículo, consumiendo unos sándwiches.
Cortaron la cadena. Uno de ellos, se fue pedaleando. El sensor comenzó a emitir señal. Se guiaron por él por varios kilómetros hasta llegar a Barracas. Las señales se hicieron más potentes. Divisaron un portón. Era el lugar. Roberto pidió refuerzos. Cuando llegaron, irrumpieron en el lugar con violencia. Había cuatro personas, rápidamente reducidas. Encontraron decenas de bicicletas robadas, muchas repintadas. Una considerable suma de dinero variado y muchos celulares. Roberto le dijo a su exultante amigo – Mirá lo que venimos a descubrir. Cargá la tuya y espérame.
Escuchó gritos desgarradores. Roberto volvió.
– Y esos gritos ¿Qué pasó?
– Ya te vas a enterar. Bajá del vehículo.
Llamó al SAME. A los 15 minutos, arribó la ambulancia. Los paramédicos miraron asombrados. Encontraron a los cuatro con el brazo derecho totalmente deshecho y un cartel: Esos ladrones ya no robaran más bicicletas.
– Bien hecho Roberto...
(continúa...)
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