El flujo principal eran los fines de semana, había que reservar mesa. Daniel observaba todo el movimiento. Cuando el ayudante de cocina enfermó, Jonás, el cocinero, le preguntó si podía darle una mano, Daniel gustoso aceptó. Con el correr de los días, casi dominó toda la rutina. -Muchacho: Tenés pasta-. Cada vez se interesaba más. Sus padres, el día que cocinó para ellos en casa, lo felicitaron.
Los días transcurrieron plácidamente. Tuvo un aumento de salario. Ahorró unos pesos. El desafío mayor, fue cuando el cocinero se tomó vacaciones. Cumplió a la perfección la tarea. Comenzó a buscar en los manuales nuevas variantes. Sus haberes le permitieron ahorrar una buena suma. Por desgracia la llegada de la pandemia y las medidas adoptadas, hizo que la empresa se declarara en bancarrota. Después de indemnizar al personal. Algunos establecimientos más pequeños, optaron por la variante de entregas a domicilio. No había posibilidades de conseguir trabajo. Sus ahorros menguaban. Optó por viajar a la capital. Habló con su tío. Con gusto lo recibiría. No tenían hijos. Lo recibieron cordialmente. La casa era grande y su habitación confortable. Los quiso invitar a comer. -Está todo cerrado Juan.-
Recorriendo el barrio, encontró un local dedicado al despacho de empanadas. Durante un buen rato, lo observó. Era justamente la hora del medio día. Poca gente se acercó a comprar. Entró. Desganadamente lo atendió una señora.
- ¿Qué le damos?
- ¿Que tienen?
- Empanadas de carne y de jamón y queso. Y bebidas, solamente Pepsi y agua mineral sin gas.
Cuando recibió el pedido, lo puso en una tarima junto a la pared. Comió de pie. Las empanadas no estuvieron mal.
- ¿Y de postre, que tiene señora?
- Fruta. Bananas o mandarinas.
Pagó y se retiró. A la mañana siguiente volvió. Eran las once.
- Todavía no hay nada. Vuelva a las doce.
- Señora. ¿Me da un minuto…? Vengo de nueve de Julio buscando trabajo.
- No necesitamos. A nadie. El último que tomamos no sabía hacer nada. Aparte, nos robó y desapareció. Así que yo y mi esposo atendemos esto como podemos.
- Mire señora: Yo vengo de trabajar en un restaurant. Le ofrezco venir sin cobrar nada hasta que conozcan lo que se hacer. Le dejo mi DNI y mi domicilio.
- A ver: Antonio. ¿Podes venir?
El hombre lució cansado. Le comentó lo escuchado. - Vení pasado mañana y te contesto-. Al otro día su tío lo llamó. - Te buscan.- Era el hombre.
- ¿No quiere tomar un café?
- No. Gracias. Mañana te espero.- Se presentó con un pequeño bolso. Con sus herramientas. Le mostró el lugar.
- ¿Qué te parece?
- Me impresiona bien equipado, con señales de no haber sido usados mucho.
- Todavía no se su nombre.
- Emilio. Yo haré las empanadas. Vaya a su casa y descanse.
- La verdad, es que no me siento bien. Voy a aprovechar para ir a la clínica.-
Allí no tenía historia. Le ordenaron todo tipo de estudios. El médico que lo atendió, le comentó: - Haga esto sin falta. A su edad, tenemos que ver como sigue su salud. Este abandono puede ser grave.-
Regresó al negocio.
- No voy a venir por unos días. Me van a hacer estudios.-
- Tranquilo don Emilio.
Después de cumplimentar lo solicitado, al tiempo, volvió al local. Daniel después de expresar su alegría. Le alcanzó un cuaderno. - Acá esta todo lo recaudado día por día y los gastos. El efectivo está en la caja.
- Daniel, te quiero decir algo: quiero que seamos socios. Llamé al contador, para que haga un contrato de sociedad.
- Gracias señor.
- Te lo ganaste.- Lo abrazó.
- Termine con lo suyo. Lo primero es la salud.
Esta, había mejorado notablemente. Cuando regresó, miró asombrado. El lugar, había cambiado totalmente. Como el local era amplio, Daniel compró lo necesario para varias mesas y sillas. Una tarima para comer de pie con banquetas. La cocina impecable con un horno grande y dos freidoras. Había hecho un gran cambio. A las empanadas de horno, las pinceló con huevo y espolvoreo con sésamo y amapola. Un matrimonio llevó media docena. A los pocos días varias personas comenzaron a venir, recomendados. El número se fue acrecentando a medida que pasaba el tiempo. Al levantarse parte de las restricciones, los lugares fueron ocupados totalmente, tanto en el interior, como en la vereda. La recaudación aumentó notablemente. Pensando en lo que podría ser un éxito, pensó hacer una central de elaboración y distribuir los productos congelados a pequeños locales, ubicados en puntos estratégicos para su venta. Conversó con el dueño de un local muy bien ubicado en la avenida Santa Fe. Estaba cerrado desde el comienzo de la pandemia. Localizó al dueño. Ofreció equiparlo y hacer una prueba piloto. El éxito fue total. La modalidad se extendió. Construyó una planta más grande, generando decenas de empleos.
Su empresa se proyectó hacia otros países. La faena continuaba.
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