Simplemente una Historia (C)


A los veinticuatro años Carlos cumplió las metas que se había planteado. Terminó sus estudios universitarios en las carreras de informática y organización de empresas, se recibió con altísimas notas. Tenía pocos amigos, uno en especial: César, de familia bastante acomodada con el cual tenían largas charlas en el bar más popular de Comodoro Rivadavia allí donde sus padres se habían instalado.
Su progenitor era ingeniero en petróleo y su madre profesora de Inglés que le transmitió tales conocimientos, por lo que lo hablaba fluidamente.
Las cosas entre el matrimonio no andaban muy bien hasta que en una reunión de amigas se rumoreó que una de ellas había visto en un pueblo cercano al padre de Carlos con su secretaria saliendo del único hotel que  en ocasiones frecuentaba por motivos de su cargo. Una “amiga” le transmitió a la esposa lo que sabía en forma confidencial,  jurando que no lo iba contar a nadie lo que por supuesto no ocurrió. También ella comenzó una relación con el médico que la atendió después de una fuerte gripe viral que la tuvo internada varias semanas en el sanatorio. El matrimonio terminó abruptamente.
Carlos vivía con su mamá en una casa confortable. En las largas conversaciones con su amigo César,  éste le contó: Carlos…me voy a Buenos Aires. Acá no hay mucho que hacer. Hablé con mis viejos largo y tendido y me dieron su apoyo. Cuando llegue, te daré mi dirección y con el celular hablamos. Emocionado lo despidió en el aeropuerto. Pasaron largos días en que al encontrarse totalmente solo y después de meditarlo bien se  comunicó con César que entusiasmado lo esperaría en el Aeroparque, cosa que ocurrió.
Después de un largo abrazo fueron a almorzar, César recomenzó  sus estudios en la Facultad de Ciencias Médicas revalidando sus cinco años. Recibía todos los meses las remesas que su papá le enviaba.
-Sabés…conocí una chica de mi curso y nos llevamos muy bien…Pero decime vos... ¿qué planes tenés? 
-Mirá, lo primero es encontrar trabajo, alquilar un departamento y ver que hago.
-Carlitos te podés quedar aquí mientras tanto.
-Gracias. Pero vos estás saliendo con una chica y no te quiero joder.
-Está bien. Tomate tu tiempo, yo te aguanto hermano.

A los dos días, visitó todos los sitios de internet que ofrecían puestos, fue a varias entrevistas dejó su curriculum pero no recibía respuesta alguna. Volvía al departamento de su amigo abatido, estaba consumiendo sus pesos. La única satisfacción a todo eso era concurrir los fines de semana a conciertos gratuitos. Era amante de la música, y ese sábado en el Monumento a los Españoles se brindaría uno. Fue muy temprano y se ubicó justo detrás de la valla que separaba a los invitados especiales.
La concurrencia fue total, y quedaban pocos lugares en el sector de invitados. Pasaron dos fornidos custodios, una imponente mujer, seguida por una hermosa joven que cuando paso junto a él,  esbozó una ligera sonrisa, dejando un hálito de encantadora fragancia.
La siguió con la mirada extasiada hasta que tomó asiento a espaldas de él, separados por el divisor. Durante  el concierto observó todos sus movimientos. De una hoja de su agenda sacó una pequeña hoja y escribió: “Pasaste cerca mío dejándome perplejo, quiero que me llames, puso el número de su celular y  firmó Carlos.
Al finalizar cuando ella se incorporó para salir, rápidamente deslizó el papel en el bolsillo del ligero abrigo que ella llevaba sobre sus hombros. Y regresó pensando en esa mujer.

Pasaron varios días y Carlos seguía sin encontrar ocupación se decidió finalmente por un local de insumos y tomo el puesto que suponía un salario mediano. Alquiló por medio una inmobiliaria un mono-ambiente amueblado  cerca de la casa de su amigo al que seguía viendo con  frecuencia…tenía un camita rebatible una pequeña mesa, juego de cama y frazada y una pequeña cocina eléctrica. Vajilla para cuatro, en la heladera del bajo mesada colocó las vituallas compradas en el mercado chino de la otra cuadra y así comenzó su trabajo en el local, al cabo de unos días el dueño, que lo observaba atentamente se mostró sumamente complacido con su desempeño y le entregó una suma que el agradeció prometiendo guardar silencio entre sus compañeros.
Así fueron pasando los días y una mañana como a las 10, sonó su celular.
Esperaba la llamada de César pero en cambio se escuchó una tímida voz femenina.
- ¿Carlos….usted me dejó un papelito en el bolsillo de mi chaqueta…tuve y tengo curiosidad por saber…
El corazón de él comenzó a latir apresuradamente.
-Vos conocés mi nombre.  ¿Cuál es el tuyo?
-Amelia.
-Me di cuenta, que vos estabas cuidando a la señora mayor.
-Así es. Quiero conocerte, pero en este momento es imposible. Y cortó.
Carlos quedó desolado penando que no volvería a llamar.
Un hermoso viernes, de mañana como la anterior, la voz de Amelia. Quedaron en encontrarse al día siguiente.
-La señora va a visitar a su sobrina y tengo un tiempo libre.

La cita se concretó en Callao y Pueyrredón a las 17 horas. Él llegó media hora antes, se ubicó en una mesa que le permitía ver la esquina.
A la hora señalada un automóvil imponente arribó. Descendieron dos guardaespaldas que  inspeccionaron el local.  Abrieron la puerta del auto, la vio y no pudo reprimir un suspiro. Casi vuelca el pocillo de café que aunque semi  vacío alcanzó a manchar parte de su único saco blanco que había sacado de la tintorería.
Se sentaron, se miraron por un instante y comenzaron a hablar.
-Bueno Carlos hábleme de usted, le dijo primero Amelia.
Y él contó casi toda su vida en Comodoro, sus penurias y su soledad  sin tener casi contacto con sus padres, sus estudios,  la falta de oportunidades y venida a Buenos Aires.
-Bueno Amelia es su turno, dijo ansioso.
Con voz pausada Amelia comenzó.
-La señora Ana perdió a su marido que era un poderosísimo empresario.  A los pocos meses de casada falleció dejándole un inmenso capital. Por fortuna y  habiendo citado a los directores, de sus compañías, todos se manifestaron dispuestos a colaborar con ella, y con su gran soledad buscó una persona que la acompañara y después de una larga selección opto por mí.

Todos los viernes Carlos y Amelia se encontraban en el mismo lugar, excepto en dos ocasiones. Siempre acompañada por la misma custodia, Amelia en la comunicación siguiente le comentó que la señora se quedaba unos días en la casa de su sobrina…
-¿Qué le parece...? por qué no viene a la casa?
Inmediatamente, la respuesta fue afirmativa. Cuando llegó el momento le pidió a César que lo llevara. Compró un hermoso ramo de rosas…llegaron…era Belgrano en la zona más exclusiva. Un imponente portón les impidió el paso y después de anunciarse y recorrer un largo sendero, quedaron totalmente deslumbrados. En las escaleras de la gran mansión estaba ella. César después de chiflar exclamó:
-Es sencillamente hermosa!, bajá rápido. Carlos lo saludó brevemente con un gracias corto y subió rápidamente mientras su amigo se alejaba.

La casa era apabullante. Un recibidor con buen gusto, muy amplio y con pocos objetos indudablemente de gran valor. Ella abrió las puertas del comedor, una larga mesa, y en el extremo sencillamente con las cosas que siempre pedían cuando se encontraban, un solícito mayordomo sirvió retirándose discretamente.
-Amelia está más hermosa que nunca. Tomó su mano diciéndole…la amo.
Ella esbozó una ligera sonrisa mientras servía. Estuvieron charlando por casi una hora, hasta que Amelia le dijo…
-Carlos,  me llamará la señora, y me hablará por larguísimos minutos. Estoy muy a gusto pero la obligación manda.  
Él se levantó agradeciendo el momento pasado, y antes de retirase le susurró al oído… gracias. Después de un beso en la mejilla le propuso tratarse de vos.
Al cerrarse el portón, esperó un buen tiempo hasta encontrar un taxi que lo llevó a su casa. Durmió plácidamente hasta que lo despertó el sonido de su celular, creyó que era su amigo. Eran alrededor de las 12 entraba a su trabajo a las 14. Una voz femenina
-Señor Carlos? Lo comunico.
-¿Carlos…mi nombre es Alberto Menéndez presidente del directorio de las empresas propiedad de la señora Ana Alonso, quisiera entrevistarme con usted. Quedaron en encontrarse a las nueve del día martes en las oficinas de Puerto Madero.
Era en el piso 30. Se anunció e inmediatamente fue recibido cordialmente. Menéndez le ofreció gaseosas, y el optó por un café servido por la secretaria.. Estoy necesitando un secretario personal. El que tenía se radicó en los Estados Unidos después de enamorarse de una gerenta de una compañía de cosméticos y se casará allá.
Al llegar a su trabajo conversó con el dueño para renunciar, y él de dijo…
-Yo sabía que eras para otra cosa. Te deseo lo mejor y las puertas de este negocio estarán siempre abiertas para vos.

Al otro día se dirigió al piso 30, Menéndez lo condujo hasta su oficina contigua a su despacho no sin antes mostrarle el comedor personal.
-Usted almorzará conmigo. De cualquier manera el de los empleados queda en el piso superior el día que quiera ir, no hay problema.
Estuvo toda la tarde poniéndolo al día de los asuntos pendientes de las empresas.
Esa noche no pudo conciliar el sueño. Llegó a su nueva oficina y al responder al llamado de su secretaria…
-Señor, la señora Amelia, desea atenderla?
-Amelia quiero agradecer a la señora Ana por darme esta oportunidad y a vos por haberle hablado de mí.

Los días le parecían demasiado cortos. Llegaba a su despacho antes que todos y se retiraba mucho después.
Cada día se involucraba más y más. Cuando se encontró con Menéndez éste le dijo…
-Carlos, en este tiempo no hemos hablado de sus haberes…
Cuando escuchó la cifra tembló levemente. Al encontrarse con Amelia se lo contó, siguieron hablando de cosas y cosas. Al despedirse y en descuido le dio un beso que fue correspondido levemente.
-Perdón,  no me pude contener. Pocas veces besé, pero mi amor hacia vos cada día aumenta más y más.
Ella se sonrojó. Se despidieron con un hasta luego.

Los progresos fueron muy grandes. Conversaba con su superior acerca de futuros proyectos y hacía  correcciones que eran aceptadas e incorporadas. Consiguió para los empleados que se distribuyera entre todos el 25% de las ganancias deducible. Todo el personal agradeció este logro impensado. Los delegados no tenían ningún planteo.
Pasaron pocos meses, pudo ahorrar muchos pesos y se sentía seguro de su porvenir. Al encontrarse con ella en la confitería de siempre, tomó sus manos diciéndole:
-Amelia estoy profundamente enamorado de vos. Quiero que nos casemos. Tengo ahorros que nos permitirán alquilar una casa, en la empresa cada día progreso más.
Amelia sorprendidísima alcanzó a decir…
-Carlos, tengo que pensar. Siento mucho por vos, pero esto me toma de sorpresa. Dejame tomarme un  tiempo y hablamos.
-Te esperaré.

Carlos recibió esa noche la llamada de ella:
-El viernes te tengo que hablar…colgó...  
Estuvo esperando a que llegara el día. Esperó ansioso la llegada de ella. Entró con el rostro desencajado con señales de haber llorado.
-Amelia, qué te pasa? Es tan grave lo que me tienes que decir? Sabés que estoy a tu lado.
-Carlos, te mentí. Déjame hablar… cuando murió mi esposo (en ese momento el semblante de él cambió) muchos hombres se interesaron en mi buscando mi fortuna. Pero apareciste vos. Con el transcurrir del tiempo, supe que tu amor era totalmente sincero hacia mí.
Carlos palideció, se incorporó. Dejó sobre la mesa varios billetes y sin decir una palabra salió del lugar. Ella cayó desvanecida. Los custodios después de reanimarla la introdujeron en el auto y partieron raudamente hasta el sanatorio.
Carlos caminó y caminó hasta casi llegar a su casa. Tomó varias pastillas para dormir. Su celular recibió muchas llamadas que no contestó.


Al otro día despertó. Totalmente decidido tomó de su nutrido placar una mochila de buen tamaño, puso en ella los artículos de primera  necesidad y ropa. Revisó su pasaporte, tomó el dinero que tenía en la casa dejando en la cama todo aquello que le había regalado ella.
El colectivo 7 lo llevó hasta Retiro. Allí caminó hasta el puerto.  Anclado en el muelle 5 sobresalía la imponente silueta del “Antares”. El mayor barco hospital del mundo de l50 metros de eslora con un helipuerto presto a zarpar después de haber recorrido Europa y muchos países realizando charlas informativas con el fin de reclutar médicos voluntarios y personal. El final de su periplo había sido Argentina. Volvería ahora al mar y su primer destino sería África.
Se acercó a la planchada. Un miembro de la tripulación lo detuvo. En inglés le preguntó si era médico.
-Yo sólo busco cualquier ocupación.
El tripulante dudó un instante.
-Solamente queda algo en la cocina… ¿sabes algo?
Al contestar afirmativamente y después de esperar un largo rato lo hizo subir. Al rato apareció el jefe de cocina un sueco de imponente porte. Se entendieron siempre en inglés y ofreció como bachero el único lugar disponible.
-¿Tenés tu documentación en orden? No estarás huyendo o algo así?
El encargado de seguridad lo interrogó durante un largo rato y fue admitido, no sin antes llenar una sencilla planilla que colocó en una carpeta. Lo condujo hasta los dormitorios de la tripulación asignándole un pequeño camarote cerca de la cocina principal, un pequeño lavatorio,  un inodoro,  una ducha le satisficieron. Le comunicaron todos los horarios y demás movimientos. Lo vinieron a buscar para la hora de la cena.
El comedor era gigantesco, dividido en sectores de acuerdo a la jerarquía de los comensales. Se sirvió en el autoservicio. Tenía hambre. No había comido nada desde la mañana. Se fue a su camarote: el 1056.  Se durmió profundamente hasta que un sacudón lo levantó.
-Amigo!! las tareas comienzan a las 7.
Con las disculpas correspondientes se encaminó hasta la cocina. El barco se mecía suavemente.  En la mesa del desayuno le comentaron:
-Te perdiste la vista de Buenos Aires…estaban en navegación.
Al no tener noticias de él durante tres días el gerente de seguridad de la empresa llegó hasta su casa. Con el portero abrieron la puerta, se encontraron con todo en orden. Pero lo que les llamo la atención era que sobre la cama perfectamente acomodados estaban todos los obsequios que había recibido. El placar estaba lleno, no faltaba nada.
Emilio Pérez, así se llamaba el gerente de seguridad, llamó al jefe de la policía que había  sido su compañero de curso explicándole la situación. Inmediatamente los protocolos para esos casos se pusieron en marcha informando también a Interpol y le comunicó la noticia a Amelia.
A la mañana siguiente Ana la encontró en su lecho dormida y a su lado un frasco casi vacío de pastillas para dormir.
Acudió en poco tiempo la ambulancia llevándola al Instituto Fleni. Los médicos lucharon desesperadamente por salvar su vida. Los pronósticos no eran muy alentadores había que esperar.
Mientras tanto, Carlos se adaptó rápidamente a su nueva función El lavado de los elementos era automático con lo cual su tarea no era nada complicada. En su tiempo libre recorría el gigantesco hospital. Visitó los 10 quirófanos, las salas de internación de niños y pacientes adultos. No terminaba de maravillarse.
En Buenos aires, ella después de interminables días reaccionó ligeramente mejorando un poco más cada día y finalmente fue llevada a su casa. Ana no se despegaba de su lecho. El médico de cabecera la visitaba todos los días. Amelia apenas abría los ojos y murmuraba un nombre: Carlos, casi constantemente. Como los días eran sumamente agradables la trasladaban al jardín  en silla de ruedas, mejoró ligeramente en la primera semana de noviembre. Se alimentaba un poco mejor y su semblante tomó un ligero color rosado.
La visitaba Pérez trayéndole novedades de la búsqueda de Carlos, él le decía: -Él no salió por ningún aeropuerto ni por vía marítima ni fluvial suponemos que está escondido en algún rincón del país. Lo encontraremos señora.
Después de 30 días de navegación el barco dio la vuelta al África y recaló en el puerto de Sud África donde se aprovisionó. Ya estaban en la zona del conflicto. En Tanzania llegaron al  puerto casi totalmente destruido por los sucesivos ataques de la artillería rebelde.
El país, rico en minerales estaba regido por compañías británicas que con mercenarios contratados  en diversos países, muy bien pagos y provistos de buen armamento imponían terror en el país. Los pocos líderes huyeron a Europa. Entre ellos sobresalía Joseph Malemba distinguido estudiante en la Universidad de la Sorbona, Volvió a través de África a Kenia. Las campañas solidarias en los estados miembros de la ONU, tuvieron efecto sobre todo en los miembros principales enviándose un poderoso contingente: los Cascos Azules,  que pacificaron buena parte del país con mucho esfuerzo y con la pérdida de varios de sus miembros. Malemba con sus encendidas arengas tuvo, aunque lentamente, el apoyo de muchas comunidades
Finalmente mediante un plebiscito logró ser elegido presidente. Habló en las Naciones Unidas y con un encendido discurso  consiguió el apoyo del Consejo de Seguridad. Su primera  medida fue nacionalizar todas las explotaciones,  siempre con el apoyo de la ONU. Escapó a varios atentados.
El país comenzó a cambiar, quedaban focos rebeldes de los mercenarios y muchos nativos.  Uno de los últimos y masivos ataques fue sobre el hospital donde él trabajaba.
Comenzaron a llegar  toda clase de  heridos adultos y sobre todo niños que rápidamente fueron atendidos en  “Antares”. Seguían llegando. Carlos no pudo soportar indiferente tamaña inequidad. A la semana tomo una decisión.
En comentarios de los médicos y la tripulación escuchó que casi en el centro de la conflictiva región se hallaba el nosocomio continuamente atacado que necesitaba personal de cualquier índole. Ver en el barco a esos pequeños mutilados, con gravísimas heridas,  apresuró la decisión que se había planteado. Al conversar con el jefe de seguridad con la decisión de   ayudar,  éste lo felicitó por la valentía de su decisión. Todos sus compañeros lo congratularon  al verlo descender del barco. Se escuchan los gritos de ellos despidiéndolo.
Las Naciones Unidas por fin habían tomado cartas en el asunto. Estaban enviando ayuda humanitaria y militar. Se dirigió hasta la carpa que hacía de nexo donde el jefe del contingente  comprendió su decisión. En un vehículo artillado después de largas e interminables horas llegaron al hospital o lo que quedaba de él. Todos los sectores tenían profundas huellas de los ataques. La escolta lo dejó cerca de lo que había sido la entrada principal. De allí lo esperaban varios sobrevivientes, médicos y enfermeras rodeados de pequeños que lo rodearon en busca de golosinas que felizmente trajo por consejo de sus compañeros. Bajaron cajas con suministros varios.
Luego de una hora se retiraron, con las armas preparadas por si se producían agresiones. Un exhausto médico agradeciendo su venida lo puso al tanto de la horrible situación. Una demacrada enfermera lo condujo hasta un rincón alejado y le señalo lo que sería donde dormiría con otros voluntarios proveyéndolo de unas sábanas deshilachadas y una cobija.  La almohada parecía en buen estado. En los días siguientes trabajaba hasta la noche poniendo todo su empeño.

Pasaron los días. Su única distracción era concurrir a lo que quedaba del templo Evangélico donde platicaba con el pastor,  un fornido escocés, mostrando en su rostro profundas huellas de la guerra. Matizaban la conversación con whisky que los ponía muy tranquilos.
Volviendo una tarde, de repente,  escuchó a lo lejos estallidos. Apresuró el paso hasta llegar al hospital, y en su rincón  se acurrucó.
Los sonidos cada vez estaban más cerca. La eterna lucha por el poder. Un proyectil estalló derrumbando la frágil pared divisoria.  Grandes  trozos cayeron sobre él y otros compañeros. Luego un silencio de muerte y la réplica de las tropas que lo custodiaban. Las mismas que comenzaron a remover los escombros.
Retiraron cuerpos casi irreconocibles y milagrosamente protegido por un viejo armario  en estado de inconciencia total estaba él, aferrado a su almohada. Un helicóptero lo llevo al “Antares”.
Pocas esperanzas tenían los médicos. Días enteros sin recuperar el conocimiento. Desde la cocina. Pasaban por el corredor llevando alimentos para los pacientes cuando uno de los que los trasladaban creyó reconocer un rostro familiar. Su cara estaba semi cubierta con vendas. Al día siguiente Tobías las levantó levemente, y su sorpresa fue mayúscula. Era Carlos con el que compartía el desayuno. El jefe de seguridad revisó su expediente en el cual estaban todos los datos. Previa consulta con el capitán, se comunicaron con Interpol. Le pasaron todos los datos a la Cancillería Argentina. Por fin el misterio se develaba. En el helicóptero del “Antares” -que estaba adaptado para traslados-  fue transportado al aeropuerto de Sud África.
Un avión sanitario fletado por la ONU partió con personal médico hacia Buenos Aires donde llegó después de 20 horas de vuelo directo. La noticia había cundido, todos los medios de comunicación nacionales e internacionales estaban allí.
En la pista junto al avión estaba la ambulancia de última generación con dos médicos especialistas en terapia intensiva. Salieron por una salida lateral hacia el Instituto Fleni. Seguidos por motociclistas de la Policía Federal   Emilio Pérez, en la caravana el director de la Policía Federal  y la Ministra de Seguridad estaban allí.
Al llegar, inmediatamente la camilla fue introducida en terapia intensiva. La cúpula médica dictaminó sobre sus condiciones que eran sumamente críticas.
En la hora siguiente Alberto Pérez llegó hasta la casa de Amelia con la buena nueva. La encontró en el jardín. Ella apenas levantó su pálido rostro.
-Tengo muy buenas noticias para usted…
Su rostro se iluminó de repente.
-Hemos encontrado a Carlos
….apenas pudo incorporarse…
-Quiero verlo
…y se desplomó.

A la mañana siguiente la llevaron. Lo miraba a través de vidrio en terapia intensiva. No se separó él.
En una tarde de otoño, después de interminables días, el abrió sus ojos. Allí estaba ella.  La miró y dijo con apenas un hilo de voz.
-Yo a vos te conozco…
Ese fue el comienzo de su recuperación Pasaron 5 meses atendido por los mejores profesionales.
Carlos volvió aunque muy lentamente al Directorio. Cada día progresaba más. Por días y días merced a su empeño y sobre todo al amor in crescendo por parte de Amelia todo se normalizaba.
Los recuerdos, las imágenes de África, el horror vivido volvían a su mente. Le planteó a ella la necesidad de volver.

Y entonces, regresaron a África. Las  cosas habían cambiado radicalmente. Merced al gobierno que había conseguido  unificar al pueblo, uniendo a todos los sectores, había terminado con años de sometimiento, nacionalizando las empresas que tantos los habían explotado y distribuyendo bienestar por doquier.
En el reconstruido templo, cubierto de flores multicolores, a los dos días de llegar, el pastor OBrien los unió en matrimonio aquella mañana. Un coro de niños, algunos con huellas de lo pasado, entonaron melodías tribales llenándolos de emoción.
La celebración?... Habían traído abundante whisky escocés y vituallas. Los recién casados, sentados en un rústico banco,  miraban embelesados todo a su alrededor.
En el centro del jardín del Hospital el monumento recordatorio de lo ocurrido, la base con brazos que sobresalían entre las piedras y curiosamente parte del armario que había salvado la vida de Carlos. Como fondo el magnífico Hospital Regional.

El final lo tendrán que imaginar ustedes. Esto fue simplemente una historia a las 3.15 hs. de Noviembre del 2017….. Continuará?...